Los niños nos ponen a prueba. Sus pruebas se manifiestan como desbordes emocionales, interrogatorios, “llevándonos la contraria”, probando límites…
En estas pruebas, lo que realmente están evaluando es nuestro amor y deseo hacia ellos. Quieren saber que tanto los conocemos, cuánta paciencia tenemos, si podemos ser creativos, tolerantes, escucharlos. Principalmente indagan sobre el lugar que tienen en nuestra vida.
Los niños no saben cómo gestionar las emociones ¡Si ya nos cuesta a los mayores! Y sus emociones cuando se juntan con las nuestras, puede convertirse en una guerra de enojo, gritos, estrés.
Como adultos tenemos que demostrar que no importa el enfado, el berrinche, el problema o la discusión los seguimos queriendo y respetando. En la medida en que más demostremos esto, menos nos van a probar.
Cuando gestionamos nuestras emociones, ayudamos a los niños a que vayan aprendiendo a hacerlo.
Gestionar quiere decir comportarse como el adulto que eres. No entrar en la guerra. Saber que eso que le pasa a tu hijo es respetable, que puede o no necesariamente tener que ver contigo y que el enfado, la frustración, la tristeza no se calman con más enfado o con gritos. Es saber que las palabras dejan marcas, por eso no se dice cualquier cosa en cualquier momento. Es ser empático.
Tenemos que saber que los hijos nos interpelan, su forma de hacer o decir puede tocarnos hondo en nuestros deseos, miedos, faltas. Pero que eso que tocan no es responsabilidad de ellos de sanar, sino nuestra.
No siempre tendremos la misma paciencia, ni estaremos en el mismo estado de ánimo, pero lo importante es rectificar, pararnos, respirar y tratar de hacerlo de forma diferente si nos perdemos.
Algunos hijos nos ponen a prueba más que otros. Como ya dije, todos lo hacen porque quieren saber que tanto los queremos y que lugar ocupan en nuestra vida. Entre los 2-3 años estas “pruebas” empiezan a manifestarse en forma de berrinches, enojos, gritos o negaciones sistémicas. Aquí te dejo algunas ideas de qué hacer:
1. Entender que estas “pruebas” se tratan de la construcción de su identidad separada de la nuestra y de reafirmar el amor que les tenemos. Este tipo de actitud es saludable porque significa que empieza a darse cuenta de que es un ser diferente a sus padres, que puede hacer las cosas por sí mismo.
2. Contar con calma y paciencia te ayudará a solucionar conflictos y acompañar de forma respetuosa. Además serás el ejemplo a seguir.
3. La observación es la mejor herramienta que tienes para conocer a tu hijo, descubrir cuándo tiene sueño o hambre, cuándo intenta ponerte a prueba, qué aspectos le generan estrés, etc. Esta información te ayuda a predecir, actuar y acompañar.
4. Hablar sobre los que le pasa, le gusta, lo que siente, etc.. les ayuda a gestionar sus emociones y a saber que son importantes para ti.
5. Ser comprensivo y respetuoso le demuestra que lo quieres, que importa.
6. Entre más fomentes su autonomía e independencia, menos necesitará demostrarte que el puede solo.
7. Ofrecer alternativas y dejar elegir es una forma de fomentar su autonomía, de hacerlo sentir importante y en control.
8. Los niños nos ponen a prueba, sus emociones ponen a prueba las nuestras. Es nuestra responsabilidad como adultos trabajar en nuestras emociones para no responder a sus pruebas con enfados o gritos. Para no caer en la trampa y generar más conflicto.
Recuerda: tu hijo quiere confirmar que lo quieres, aunque el sea diferente a ti. Demuéstraselo en todo momento, con amor y respeto.